miércoles, 8 de marzo de 2017

El guardián invisible.

Vivimos en un país en el que la libertad de expresión ha muerto, pero gustamos de conformarnos con los espasmos post mortem. Que queda muy bonito decir que hubo gente que luchó y sangró por ese derecho, y que los que intentan acotarlo están orinándose en su memoria, pero la libertad de expresión no se ejerce recordando a los caídos, sino ejerciéndola, haciendo uso y abuso de ella.

Toda mi vida me han dicho que somos libres de decir aquello que pensamos, pero eso no quita que debamos ser respetuosos con el oyente. No obstante, llegados a este extremo en el que la ofensa es la reacción normal a la opinión y el volumen de público que recibe el mensaje está fuera del control del emisor, eso no tiene ningún sentido, máxime cuando la excusa de la ofensa la utilizan hemofílicos emocionales para dar rienda suelta a su patético y pueril sentido de la maldad. Tal vez la falta de respeto sea necesaria para volver a levantar conciencias.

Observemos la polémica de la película de "El guardián invisible"; una señora que aparece en dicha película, sale en una entrevista y dice cosas feas sobre los españoles en general -supongo que incluyéndome a mí de forma colateral en su crítica-, y ya hay que desenvainar a Tizona. Pues vale. No me importa lo que piense de mí mi vecina y me va a importar lo que diga fulanita en la tele. Imagino y espero que todos esos que se creen súper ingeniosos destripando la película en las redes sociales y eyaculando diatribas carpetovetónicas, nunca, repito, NUNCA han opinado generalizando ni se han creído un cliché. Jamás habrán dicho que los catalanes son tacaños, o los andaluces vagos, o que no hay forma de que un gallego te diga qué puta hora es. Yo no iba a ver la película, pero no por las declaraciones de la actriz, sino porque no me interesa especialmente, pero me parece que ir contándole a la peña el final es una venganza bastante chapucera.

Ahora bien, he de decir que aunque no me veo reflejado en el espejo que Gaztañaga pretende ponerme delante, sí que veo a muchos de mis compatriotas. "Culturalmente atrasados y catetos", describe, "Me viene la imagen de un cateto, la prepotencia masculina, el machismo...". Esa descripción encaja con la de mucha gente que conozco, incluso en el seno de mi propia familia. Y que le entran ganas de apagar la tele cuando oye el himno de España, dice. A mi el himno y la bandera ni me van ni me vienen; no creo en los símbolos, para mí no son más que un trapo y una melodía. Cuando me dan ganas de apagar la tele es cuando veo, por ejemplo, a un Borbón.

Pues tampoco lo veo para tanto. Será que hay gente que sí se ve en el espejo y no le gusta lo que ve. No mates a la mensajera; si el espejo estuviera en una pared, ¿te cabrearías con la pared? Si te ofendes, le estás dando la razón. Catet@ de mierda.

Se une esta persona a la lista de cantantes, tuiteros y tirititeros que osaron ejercer su derecho a decir lo que les daba la gana, sin darse cuenta de que han cambiado las reglas a mitad del partido. Otros han dicho ya, más a menudo y usando mejores palabras que yo, que hay gente que echa leche de gustito ofendiéndose y diciéndole a los demás qué cosas tienen y qué cosas no tienen que ofenderles. Oféndete tú y deja al resto de la gente en paz, que unos te darán la razón y podréis montar una asociación de víctimas de la libertad de expresión, y otros, como yo, te diremos que tu ofensa me importa una mierda como una catedral.

También me importa una mierda que te ofenda que alguien se disfrace de una imagen a la que tú adoras pero añadiendo música festiva, purpurina y tacones. Nadie dice que deba gustarte, y tienes derecho a decir de esa persona lo que te venga en gana. Tanto, como derecho tengo yo a pasar de tu herido orgullo, e incluso a reírme de él. Que ya somos mayorcitos para tener amigos invisibles.

Y para que nadie pueda decir: "claro, mira, otro progre, perroflauta, ateo, terrorista, podemita, sodomita, dolomita, cuarcita y serpentinita que odia a España y a las Gentes De Bien", voy a hablar del autobús.

Voy a ser bien pensante -casi seguro que equivocándome- y a decir que Hazte Oír no ha recibido jamás un duro de dinero público, de mis impuestos. Estaría bueno, ya que seguro que muchos de ellos están en contra de lo que su colega Espe llamaba "mamandurrias" -es decir, subvenciones, entre otras cosas- y en contra de los impuestos, esa práctica aberrante con la que el estado sodomiza a la clase media que heredamos del caudillo. Como decía, supongamos que todo su presupuesto viene del bolsillo de sus abnegados simpatizantes. Y que un buen día, deciden fletar un autobús para dar clases de biología al pueblo llano, al que de forma implícita consideran demasiado atrasado culturalmente y cateto (¿dónde he escuchado esas palabras antes?), y al que hay que explicar con qué mea cada cual. Menos mal que el culo es igual para todo el mundo, porque si no iban a necesitar un autobús más grande.

Pues vale. Que lo saquen.

De hecho, los ayuntamientos no deberían gastar ni un euro, ni una hora de trabajo, en impedirlo. Si no atropella a nadie ni se salta un semáforo en rojo, que gaste la gasolina que quiera. Es su puto derecho.

Como mío es el derecho de ofenderme. Como mío es el derecho de deciros que sois una piara de cabestros estrechos de parietales, que deberíais volver a vuestra cueva, que hace frío y aún no sabéis hacer fuego si vuestro dios no os manda un rayo, que sois la pelusilla ombliguera de la sociedad, gente lamentable que no sabe amar porque echó raíces en una época donde el odio era cimiento y alimento. La empatía y la tolerancia os resultan conceptos alienantes porque vuestra visión del mundo se ciñe a aquello que podéis abominar. Sois basura irreciclable, un lastre para la humanidad, un bache en la evolución; sois todo lo que funciona mal, y por vuestra puta culpa, por vuestra destructiva actitud nos vemos como nos vemos. Echáis de menos a un guardián, un guardián bien visible que castigue todo lo que se desvíe de vuestro enjuto concepto de la realidad.

Si te ofende lo que digo, házmelo saber. Pero no quiero un comentario de "no son necesarias descalificaciones", o "si insultas te desautorizas"; tus falacias argumentales me importan aún menos que tu soberbia. ¡Ejerce tu jodido derecho a ser un gilipollas! ¡Desata tu furia fascistoide sobre mí! Por lo que más quieras, insúltame, pero no me aburras.